Pues si, tenemos puntos en común con la capital del chocolate ;aunque con la tableta de cacao lo que nos una sea el color de las aguas de nuestra ría que , en el caso de Zurich son límpidas. 

 

 

Zúrich, además de bancos tuvo, como Bilbao, un pasado industrial que, también al igual que en nuestro territorio, ha ido transformando. Un cambio que se evidencia en Zurich West, donde los teatros, universidad de arte, centros culturales o diseño alternativo ocupan pabellones que años atrás fueron fábricas de cerveza,  de yogures o navieras.  

 

Pese a ello, las aguas del río Limmat nunca bajaron turbias, por lo que hoy disfrutan de ellas en todo su recorrido . Lo hacen  en decenas de zonas de baño  tanto en la cuenca fluvial como en el lago que, por cierto, no llama a sus márgenes derecha o izquierda como nosotros, sino Costa de Oro o de Plata, en función de las horas de sol que reciben. En la de oro vivía Tina Turner quien, desde su casa, veía el Lindt Home of Chocolate; dicen , el mejor chocolate del mundo. No parece ser cuestión de fanfarronería porque los suizos comen una media de 10 kilos al año, el doble que nosotros.  

 

Adoran también el queso, algo de lo que los vascos también podemos presumir, aunque no lo consumamos en fondue, como frecuentemente hacen ellos. A todos nos gusta acompañarlo con un vino de la tierra. Nosotros con un txakoli , sidra o un vino de la Roja Alavesa; ellos con una botella de Zweifel , bodega que tiene sus viñedos al borde del lago, escenario de ocio por el día y por la noche. 

 

 

El símbolo de la ciudad es el león , animal que Zúrich lleva en su escudo y al que no temen los Athleticzales. Mamés , santo al que veneraba la capilla localizada en las inmediaciones del campo de futbol, amansó a los felinos a los que el santo fue arrojado en el Coliseo. De ahí les viene el apodo de “leones” a los jugadores del Athletic . En el caso de Zúrich, fue el excéntrico artista Urs Eggenschwwyler, quien reprodujo en distintos escenarios públicos al rey de la selva . Tanto le gustaba el animal que lo tuvo como mascotas, aunque no parece que llegara a convencer a sus vecinos de que no eran peligrosos . 

Enclavada entre ríos, lago y montes, en el perfil de la ciudad de Zurich, se observan siempre grúas. Pero hay una en la Harterei Club, antigua fábrica de engranajes reconvertida en discoteca, desde la que , de momento, el disjockey pincha música . Quizá se convierta en la nueva Carola de Zurich, que no se queda sin espectáculos alternativos ni elimina físicamente los recuerdos de su pasado industrial. 

 

 

Y también, como a los vascos, les gusta el monte y los deportes de agua. Sin llegar a subir a los Alpes, hay alternativas menos exigentes  en la ciudad y para el surf, puesto que no tienen playa, han creado una piscina de olas. Nosotros tenemos Mundaka.