Hablar de Amada Carlota es mirar de frente una herida que España no ha cerrado del todo. El robo de bebés no fue exclusivo de la dictadura franquista ni de este país, ya que se repitió en otros lugares del mundo, desde Argentina hasta El Salvador. Pero esta novela pone el foco en nuestra historia, en ese pasado que todavía duele y del que apenas se habla.

La historia sacude desde el inicio. Las primeras páginas son un golpe directo, duras de leer y también de escribir. Pero, como sostiene Marta Robles, si la emoción no atraviesa primero a quien escribe, difícilmente alcanzará al lector. Esa intensidad la acompaña durante todo el relato: escribir con las tripas, con la sensación de que cada libro puede ser el último, es la forma que tiene de dar vida a sus personajes.

En esa exploración del pasado emerge una figura siniestra: el psiquiatra franquista Vallejo-Nájera, obsesionado con demostrar la existencia de un supuesto “gen rojo” que justificaría la sustracción de hijos a las mujeres. El descubrimiento de esas teorías resulta escalofriante, no solo por el contexto ideológico que las alimentó en toda Europa, sino porque aquellas prácticas se prolongaron en democracia. Primero, a causa de lagunas legales; después, por negocio.

La novela se mueve entre dos planos temporales de los años sesenta hasta 2018. Esa estructura compleja no es un artificio, sino el único modo de que Tony Roures, el detective de la saga, pueda adentrarse en el pasado de Carlota Aguado, una jueza brillante que arrastra sus propias heridas. La narración encadena saltos de tiempo y perspectivas que permiten descubrir cómo la violencia se hereda y se transforma.

Las mujeres están en el centro del relato Carlota, Magdalena, Mariana… Son víctimas de un sistema que las marca y las culpabiliza, pero también son capaces de resistir y reconstruirse. Al principio creen que la culpa es suya, y precisamente esa es la idea que la novela desmonta. No son personajes derrotados, sino mujeres que luchan contra el estigma y avanzan con dignidad.

El paralelismo con el presente se revela en cada página. La honra, esa palabra que suena medieval, sigue pesando en el siglo XXI, ahora disfrazada de linchamiento digital. Un vídeo íntimo puede arruinar la vida de una mujer, mientras que en el caso de un hombre suele pasar inadvertido. La manipulación persiste, aunque haya cambiado de escenario.

Para Tony Roures esta es quizás su investigación más íntima no solo porque el caso lo enfrenta a las sombras del pasado, sino porque toca de lleno a la mujer que ama. Ese vínculo lo tambalea, lo muestra vulnerable, y permite al lector asomarse a su lado más humano. “Los personajes se vuelven más cercanos cuando se dejan ver por dentro, con todas sus contradicciones”, apunta Marta Robles.

El título también tiene su propia historia Amada Carlota apareció como un guiño del destino en un lugar de Asturias, y quedó grabado de inmediato como la forma más justa de nombrar a esta novela.

El resultado es un thriller que no se conforma con la intriga abre preguntas incómodas y despierta emociones profundas. Más que un relato de víctimas, es un acto de memoria y resistencia. Y, aunque la autora rechaza la idea de hacer activismo desde la ficción, lo cierto es que sus páginas funcionan como un espejo que muestra lo que fuimos, lo que todavía somos y lo que aún está por cambiar.