Por un momento, la plaza de Vista Alegre fue un eco de lo que fue y un suspiro de lo que podría volver a ser. Hubo emoción, rabia, belleza, bronca y hasta un beso a la tierra. La tarde del 19 de agosto trajo de todo, y eso ya es decir algo en una feria que, entre altibajos, busca reencontrarse con su pulso.

Damián Castaño abrió la tarde con un toro bravo y un nombre para recordar: Yegüizo (548kg), de Dolores Aguirre. Le sacó partido desde el inicio con un pase de pecho sentido y paso doble del Club Cochecito de fondo. Con «El Gato Montés» sonando, cortó una oreja y el toro fue premiado con la vuelta al ruedo. El pañuelo azul ondeó y la plaza respondió como hacía tiempo no lo hacía. Damián, emocionado, besó la arena.

En su segundo, también de nombre Yegüizo* (584kg), el pulso cambió. Hubo temple, emoción, buen hacer en las banderillas —con susto incluido— y hasta música con «La Puerta Grande». Pero cuando llegó la hora de la verdad, la espada no entró. Damián lo intentó, se dañó la muñeca, cayó mareado. Se fue a la enfermería con la plaza en pie, mientras otro matador acababa con el toro.

Juan Leal vivió la otra cara de la moneda, no tuvo su tarde. Ni en su primero ni en su segundo supo conectar con una plaza que no perdona ni las dudas ni los titubeos. Con Cigarrero(550kg), su primero, empezó con cierta compostura. La espada entró bien al primer intento, pero la faena se diluyó pronto en una sucesión de errores. Un segundo espadazo mal colocado, luego un tercero que llegó con el primer aviso. El descabello se le atragantó. El toro gritaba, el público también. Sonó el segundo aviso. Y la bronca fue monumental. Silencio en los tendidos, solo roto por los pitos que lo acompañaron hasta el callejón.

Con su segundo, Llorón(593kg), intentó remontar. Salió a por todas, incluso a puerta gayola, buscando ese perdón implícito que a veces concede el tendido. Pero ni con ese gesto logró ganarse al público. Rechazó el segundo puyazo, pero Matías González, firme en su criterio, le negó la petición. Tampoco brindó, señal clara de que no estaba a gusto en la tarde.

La faena, sin embargo, tuvo momentos de entrega. Se plantó firme con los estatuarios, dejó ver su valor en varios muletazos, especialmente cuando el viento dificultaba la lidia. Trincherazos con intención, alguna tanda por bajo. Pero el toro no transmitía, y Leal, pese a la voluntad, no logró redondear. Tampoco estuvo acertado con la espada ni con el descabello. Al final, el animal cayó tras intervención del puntillero. Los pitos volvieron a sonar con fuerza.

Jesús Enrique Colombo, por su parte, fue de menos a más, fue, sin duda, el que más supo remontar su tarde. Su primero, Carafea (579kg), ya dio muestras de que la lidia no sería sencilla. Entre gritos del público –especialmente dirigidos al subalterno Gustavo Martos, al que llamaron «carnicero»–, el venezolano tomó las banderillas y se encargó él mismo de ponerlas. Falló en el primer intento, pero las dos siguientes las colocó con seguridad. Se animó incluso con dos pares al violín que fueron ovacionados con ganas.

Con la muleta, el viento fue un enemigo más. Aun así, Colombo lo intentó todo. El toro tenía una mano coja, lo que limitaba las opciones. Consciente de que la faena no podía alargarse, fue a por la espada. Aunque la estocada fue desprendida y estéticamente defectuosa, el toro cayó pronto. El público se lo reconoció. Salió del trance con dignidad.

En su segundo, también de nombre Carafea*(577kg) , se le vio otra cara. Desde el inicio quiso encender la tarde. Brindó las banderillas al público, y esta vez sí, ejecutó con precisión y arrojo. De rodillas, clavó un par con aplomo, levantando al tendido. La montera, caprichosa, cayó dada la vuelta, y Colombo, supersticioso o no, la movió. Detalles que no pasan desapercibidos.

La faena fue alegre, vibrante por momentos. El toro, de astas corniveletas, exigía firmeza. Desde el tendido, alguien lanzó un grito de desdén: «¡qué desperdicio de corrida!» Colombo lo escuchó y, lejos de amilanarse, respondió con toreo. Fue de menos a más, y aunque la faena no alcanzó cotas altas, sí fue honesta. Mató con una buena estocada, efectiva, sin necesidad de descabellar. Y esta vez, sí, la plaza lo despidió con aplausos sinceros.