Esperando al diluvio. Destino.
Dolores Redondo (Donostia, 1969), ha vendido más de tres millones de ejemplares tras el éxito de la trilogía del Baztán, que fue llevada al cine. Su obra se va a reflejar en series de televisión, incluso desde Hollywood. Fue Premio Planeta en 2016. Su último libro es un homenaje a Bilbao, y su escenario se remonta a la época de las inundaciones de 1983, con la llegada de un enigmático asesino en serie escocés, John Biblia, al que persigue hasta el último latido el policía Noah Scott Sherrington.
Arturo Trueba
¿Era tan feo ese Bilbao?
Era un patito feo que, comparado con el cisne que es ahora, sí, claro, era feo. Tenía muchas de esas cosas que hoy nos resultarían inadmisibles. Aparte de mucha contaminación, porquería… estaba lleno de hollín, de humo, de óxido… se vertía todo sin ningún cuidado a la ría desde las fábricas y los talleres que tiraban todo. Luego también el suelo estaba sucio y las playas de vías estaban cubiertas de grasa. Me han contado además que, coincidiendo con esos días, estuvieron detenidos al sol unos vagones que llevaban colza en su interior. La colza fermentó y cayó por uno de los lados de los vagones, y que en la playa de vías que había allí en frente del Arenal se veía a las ratas comerse los restos del mejunje aquel asqueroso, que apestaba. Luego había mucha contaminación acústica, porque en los puertos comerciales había muchísimo ruido de camiones, de grúas, de los golpes metálicos que producen las grúas, las cadenas, las cubiertas de los barcos, los propios motores de los barcos moviendo las aguas turbulentas y muchísimo tráfico de camiones que pasaban hacia el puerto y toda la zona de muelles día y noches. Cosas que hoy en día no nos cuadran que puedan encajar en el centro de una ciudad como Bilbao, como la concebimos ahora.
Dices que entonces decidiste ser escritora, con 14 años. ¿Por qué, si la visión de Bilbao y las inundaciones te llevaron a eso, has tardado 39 años?
Porque no estaba suficientemente madura para contar el impacto que aquello tenía en mí, y por otra cuestión. Cuando yo era pequeña -nací en Donosti, viví unos cuantos años en Trintxerpe, cerca del puerto de Pasajes- yo odiaba el lugar donde vivía. No me gustaba, me parecía gris, paleto, sucio, olía mal. Fíjate, dicen que leer hace tu mundo más grande, pues a mí me hizo mi mundo más pequeño. Mi mundo se me quedó muy pequeño. El mundo donde yo vivía, y yo quería huir de ahí. Así cuando imaginaba escribir, escribir como Mario Puzo (autor de ‘El padrino’), quería escribir sobre Boston, Nueva York… grandes ciudades. Estaba profundamente equivocada, era parte de una madurez que tenía que llegar con los años y con el saber apreciar de dónde eres, de qué formas parte, y que ahí había unas historias maravillosas y una riqueza y un honor, y un espíritu de trabajo, y un sacrificio, y un cementerio lleno de gente que se ha ahogado en el mar, que bien merece no una una novela sino muchas. Te pasa algo que es común en la adolescencia: aborrecer tu pelo, el color de ojos que te ha tocado, el barrio donde vives, y siempre el del vecino parece mejor. Cuando lees… yo quería ir a Londres, a Nueva York… ni siquiera San Sebastián me llegaba. Pasajes no me gustaba, pero San Sebastián tampoco. Se me hacía pequeño, no pasaban cosas, yo quería un lugar donde ocurrieran cosas, hubiera vida… Era un error, he tenido que aprender que si quieres escribir bien lo primero que tienes que hacer es ser honesto y ponerte en paz. Yo tenía esa guerra abierta con el lugar donde había nacido porque era un lugar de muerte, había muerto mi hermana con tres años cuando yo tenía cuatro, mi tío, padres de amigas mías… Iba casi todos los días al cementerio para acompañar a mi madre. Era un lugar que me parecía sórdido, oscuro. Y ese tipo de sordidez es la que había en Bilbao, es la misma, y es a la que ahora le reconozco su labor, su belleza, su honor, el esfuerzo de todos esos trabajadores que levantaron todo eso, el espíritu y el honor de clase obrera y de salir adelante.
¿Encontraste el alma de aquella ciudad en blanco y negro?
Sí. Pero para eso hay que madurar, tienes que ponerte en paz contigo mismo y con todos los sitios del mundo. Ahora soy capaz de ver belleza en casi todas partes.
¿Crees que la novela negra debe tener un escenario negro?
No siempre. Fíjate. Te lo digo porque me lo acaban de preguntar, si este Bilbao que ahora es un cisne para mí, si este Bilbao bonito, podría dar una novela negra.
Eso pensaba preguntarte también
Pues creo que sí. De hecho, uno de los asesinos en serie más reciente ha sido detenido en Bilbao este verano. Por qué no. A mí me gusta precisamente jugar a ese contraste. En Baztán, en Ribeira Sacra o en la ciudad de Nueva Orleans, que me parece bellísima por la música y la historia, y que amo, he puesto ahí la sordidez de un asesinato, de un criminal bestial. Es verdad que primero empieza a cometer sus crímenes en zonas rurales y lo llevo a una ciudad en la edad de piedra, porque lo llevo a Nueva Orleans durante el paso del Katrina, que no había ni luz, ni teléfono, ni agua. Lo llevo a la ciudad destruida, pero es que hay un momento de horas bajas y Bilbao tuvo su momento en aquellas horas, en aquellos días. Lo que pasa es que ha sabido reinventarse, resurgir como un Ave Fénix.
Se te conoce como la escritora de tormentas
Me encanta. Yo soy la primera que lo dice. Cuando estábamos presentando la novela ‘El guardián invisible’ hace diez años en Baztán, el río estaba a punto de desbordarse. Yo contaba cómo en ocasiones el río Baztán se había desbordado, había gente que me decía: eso no pasa. Yo: sí que pasa. De hecho, unos años después volvió a ocurrir. Luego, cuando escribí ‘Ofrenda a la tormenta’, a donde iba terminaba lloviendo. Debe de ser porque mis giras comienzan en noviembre, que es el mes cuando comienza la lluvia, como aquí ahora con ‘Esperando al diluvio’, que esperemos no sea para tanto, cuando necesitamos tanta agua.
En aquella semana de las inundaciones empezó así poco a poco
Sí lo sé. Me he documentado día por día. Me he leído los programas de fiestas. Sé quién toreó cada día. El día de las inundaciones estaba toreando Morenito de Maracay. Sé cómo había ganado el Athletic la Liga, pero también el de segunda división, el Bilbao Athletic, que había quedado campeón también el año anterior. Me he documentado de todo lo que pasaba en la ciudad, de a quién pilló la vaquilla, donde pusieron las ferias ese año, cuales vinieron, todo, aunque no está todo en la novela, pero el escritor tiene que conocerlo todo, tiene que saber lo que está pasando.
Cuentas la historia de un asesino en serie escocés que se ceba con las mujeres. ¿Cómo se llega a ese nivel de maldad?
No sé cómo llegaría él. ¡Sabes que es un asesino real!, que de hecho puede estar vivo por edad, todavía puede estar en activo, espero que no matando. Pudo llegar a ese nivel de maldad seguramente habiéndose rodeado de lo sórdido. He hablado en todas mis novelas del mal en sí mismo, del mal como entidad. De la maldad separada de la locura, pero acercarse a ciertas cosas que está cerca de la pobreza extrema, de la drogadicción, del alcoholismo, de ciertas sordideces hace que nuestra cordura se vea también afectada. Debemos cuidar de nuestro estado mental. No sé a qué pudo estar sometido John. Para matar hay que tener una naturaleza especial que no todo el mundo tiene, afortunadamente. Al escribir esta novela me planteé escribir sobre John Biblia solo con los datos que existían, como viéndolo desde fuera; pero consulté con un psicólogo experto en este tipo de agresiones y comportamientos y pregunté por qué lo hacía, algo que había sido muy misterioso para la policía durante esos años. Sólo atacaba a mujeres que estaban menstruando. Una curiosidad, porque es muy difícil que una mujer te diga si tiene la regla o no, y más en esos años 60. A menos que fueran a tener relaciones sexuales. Pero entonces qué era lo que le enfurecía: que tuvieran la regla, que no quisieran tener relaciones sexuales o, quizá, que no le aceptasen. Llegaron a la conclusión que él mismo habido sido víctima de abusos.
Dedicas bastantes capítulos a su infancia
Sí, es algo recurrente en mi obra, porque para bien y para mal todo empieza dentro de la familia. Y que sepamos defender a los niños y a los ancianos, a todos los que están desvalidos dentro del ámbito de la familia, es súper importante. En el caso de un niño puede ser un adulto dañado que puede ser un desgraciado el resto de su vida, y eligiendo mal el amor, que es lo que suele pasar, que tienen un concepto pervertido de cómo tienen que ser las relaciones con los demás. Y repiten una y otra vez ese código, y van buscando gente que les hace daño toda su vida. No dejan de ser víctimas jamás. Pero está la opción de que se revuelva y que acabe siendo un agresor. No justifico que los asesinos lo sean porque hayan sido maltratados, pero en su tipo de comportamiento el experto en abusos veía vestigios de esas señales.
¿Cómo podía ser tan esquivo?
Eso es un misterio. Fíjate, este año la BBC ha presentado un documental titulado ‘La caza de John Biblia’. Sigue siendo un misterio todavía cómo pudo huir. No es un caso como el de ‘Las niñas de Alcasser’, en el que cuando se puso en marcha la investigación ya había dado tiempo a que se fueran. No, no, allí se puso inmediatamente en marcha una operación de la caza del hombre. Además, se tenía su retrato, su descripción, y pusieron a cientos de policías sobre el caso. Y aún así, desapareció.
¿En el caso Noah te inspiraste en un policía real?
No, Noah es sólo de mi corazón y de mi cerebro. Es en sí mismo una metáfora. Como un Noé bíblico, recibe la orden de seguir a John hasta aquí. Atiende a una voz interior que él sólo escucha, y siguiendo ese impulso, esa corazonada llega hasta Bilbao. Se apellida Scott Sherrington en honor al premio Nobel de Medicina, porque es el que descubrió las conexiones neuronales del cortex cerebral. En su época tuvo mucho impacto. De hecho, muchos escritores de novela negra como Conan Doyle o Agatha Christie les ponían esta propiedad a sus personajes, tanto a Sherlock como a Poirot, las células grises que podían entrenarse. El pensamiento deductivo se puede entrenar. Eso que parecía tan mágico, como la capacidad de darse cuenta de que ese paraguas que está ahí o esa gabardina y un libro sobre la mesa tienen conexiones.
¿Crees en la intuición, en las corazonadas?
Claro, porque las corazonadas en sí no existen. Es información que está al alcance de todo el mundo, pero que gracias a esa conexión neuronal hay quien es capaz de interpretarlas. Ese es el verdadero espíritu policial, esa es la verdadera investigación. Cuando una ciudad como Nueva Orleans se queda sin luz, sin agua, sin teléfono, sin poder hablar con un juez, sin un laboratorio, sin poder conectarse, sólo se puede investigar un crimen con intuición. Nace de la investigación, del trabajo policial bien hecho y de la observación, uniendo detalles, porque no podían recoger pruebas ni mandarlas a un laboratorio para que certificasen lo que estaban pensando. Tenían que adelantarse al asesino. Del mismo modo, en los ochenta, y más en los sesenta, en el tiempo en el que se cometieron los primeros crímenes hubo un policía que tomó muestras de ADN de las víctimas. Entonces no se hacían análisis de ADN. Lo hizo a futuro. Como si alguien entrase en esta habitación abriese un frasco de cristal, cerrase la tapa y dijese “con este aire un laboratorio puede saber qué personas había en la sala”. Tú hoy te reirías.
¿Eres coleccionista?
No. Soy coleccionista de cosas mentales. Me gusta mucho este tipo de pensamiento y lo homenajeo todo el tiempo en mis novelas. Explico el principio de la victimología. Hoy en día es una ciencia, pero este policía empieza a hacer una lista de mujeres que han ido desapareciendo de su domicilio. No sabe si de una manera violenta o voluntariamente. Muchas aparecían unos meses después y otras no aparecían. En base a eso va elaborando una lista de posibles víctimas. Era novedoso. Se empezó a hacer en los ochenta, a tomar en consideración a la víctima, no al asesino.
¿Noah busca una esperanza?
No creas. Está completamente desesperanzado. Él lo que tiene es una sentencia de muerte. Busca la confirmación de que no se ha equivocado. Lleva toda su vida dedicándose solamente al trabajo, a perseguir a un asesino. A una posibilidad, aunque ahora ya sabe que es un asesino. Está buscando que su vida haya servido para algo. Hay personas que dejan las cosas para mañana, que se dedican a procrastinar. Pero llega un día en el que ya no hay más. Normalmente no sabemos cuándo es ese día. Y si sabes cuándo es ese día, no hay más que esa fecha. Si todo lo que has hecho hasta ese momento no ha servido para nada, para qué ha servido tu vida. Si consigue atrapar al tipo que está persiguiendo, su muerte no habrá sido en balde.
¿Qué papel jugaron la música y la radio en esos tiempos de las inundaciones?
La música me gusta muchísimo. Desde oír cantar a los txikiteros por la calle. Lo pasé de maravilla, oyéndoles cantar por el Casco Viejo. Me siento súper agradecida por la sorpresa, y que los periodistas que vinieron de fuera a la presentación del libro pudieran conocer esto de las cuadrillas. Qué bien se lo pasan. Me hubiera gustado que fuera un sábado, para que vieran cómo es el ambiente en la calle.
La anterior novela, la de Nueva Orleans, la hice por lo mucho que me gusta el jazz y la música. En esos años, cuando yo tenía trece o catorce en mi casa había un radiocasete y radios. Escuchaba cintas en caset; y ya más mayorcita conseguías que te grabasen el disco en una cinta o canciones de la radio. También recuerdo con mucho cariño ese tiempo en el que se dedicaban canciones por la radio para no sé quién que me gusta, o que es su cumpleaños, o para tal que va a tener un bebé, o para tal que va a tener un trabajo nuevo. Eran las redes sociales de entonces. Tanto en Donosti como en Bilbao, si se dedicaban a los trabajadores de no sé dónde, siempre conocías a alguien: ‘pues mira, el hijo del vecino del tercero curra allí’. En la novela sirve para tejer una red de relación entre personas que es chulísima. La radio tuvo una importancia soberbia. Cayeron las televisiones, cayó la luz, el teléfono también; quedó la radio de pilas. En días posteriores la organización de cuadrillas para los trabajos, ir contando por barrios las listas de personas desaparecidas. Era normal oír en la radio: ‘falta de su domicilio…’.
¿Ser hija de marino, de pescador, de estar familiarizada con un puerto como el de Pasajes, te ha marcado como escritora?
Por supuesto. A todo el mundo le marca el lugar donde nace. Cuando tenía trece o catorce años odiaba vivir allí. Yo había nacido en Donosti, y cuando me preguntaban de dónde era no decía Pasajes, decía Donosti. Es parte de la adolescencia que no te guste tu color de ojos, o el pelo que te ha tocado, liso, rizado, rubio o pelirrojo; o querrías haber sido más alta. Y si eres alta, haber sido más baja. Todo quieres cambiarlo, y crees que todo habría sido mejor en otro sitio. Son errores. Hay que madurar para ser capaz de ver eso y de amarlo. Para ponerme en paz con el lugar donde me crié me tuve que poner en paz con la muerte primero. El lugar donde vivía era triste porque significaba la pérdida de mi hermana, mi tío, de gente que había muerto. Mi hermana se murió de leucemia con tres años, y fue muy triste. Me marcó mucho. Dejó muy deprimida a mi familia. Había una niebla de tristeza a mi alrededor no me gustaba nada. Y luego la lluvia era una constante en mi infancia. Tengo la sensación de que antes llovía más. Estaba todo el tiempo lloviendo.
¿Qué rincones destacarías de ese Bilbao y del actual, para lo mejor y para lo peor?
Lo peor era la contaminación, el humo, la negrura, lo sucio, el óxido, recuerdo la ría de color naranja. Eso era horrible. Proliferaban alimañas. Eso no podemos echarlo de menos. Podemos echar de menos otras cosas, porque la gente era muy apasionada en los ochenta y tenía un espíritu muy luchador. Con entusiasmo y alegría en esos primeros años de la democracia, con pasito no muy firme porque acabábamos de tener un golpe de estado en el 81. Yo en los ochenta estaba muy esperanzada con algunas cosas que han ido a mejor, pero con otras… me parece que en cuestión de libertades esa apertura que trajeron esos años parecía que íbamos a ir todos hacia una tolerancia mayor hacia los demás. Que cada uno vista como quiera, viva como quiera, el vive y deja vivir, esto no lo hemos hecho bien. Está demasiado enquistado en la crítica, que no es constructiva, no hacia adelante. Tenía grandes esperanzas con la música, con la apertura, con el momento en el que se incorporó la mujer al mundo policial, al ejército, dejó de ser obligatorio el servicio militar, las corrientes ecologistas estaban impidiendo que mataran a las ballenas. El Rainbow Warrior, el barco del Greenpeace… cuando recibían chorretones de agua. Eran mis héroes, esa gente parando las matanzas de las focas. Me parecía que lo estábamos haciendo bien. Y ahora se ha vuelto todo tan postureo. Si hago algo es para que se me vea. Esa irreverencia de punky, que era fresca y a veces muy cutre. No lo de los Pies Negros, que eran espantosos: una cosa es ser libre y otra ser un marrano.
De aquella época me habría gustado poder ir a las discotecas. Las nombro en la novela. Había tantas, tan variadas, de tantos tipos, toda la música, todo tipo de movidas, más borrokas, más alternativas, más punkis, había noche, cantidad. Había un ambiente en todas partes. Eso me gustaría. Si pudiera viajar al pasado me iría una noche de juerga a Bilbao. Me uniría a unos cuantos que ya conozco a visitar a todas esas discotecas y bares que no eran discotecas.
¿Del actual, qué es lo que más te gusta y lo que menos?
Lo que más me gusta es lo mismo, es el espíritu, es la gente, lo bien que acoge. Esta novela está dedicada a Bilbao y he elegido Bilbao como muestra de agradecimiento a todo el cariño que yo recibo cada vez que vengo aquí. Bilbao es el sitio, desde que escribí mi primera novela, que más me ha apoyado de cero. En Bilbao ya me estaban premiando y reconociendo. Recibí la Pluma de Plata de los libreros de Bilbao. Y ese día yo prometí una novela para Bilbao. Tengo la ‘Sirga del Funicular’ y los blogs literarios. En Bilbao me trataban como a una estrella. Me gusta el carácter. Luego, sí, ya llegó el éxito, y el éxito está en todas partes.