Por Barbara Sarrionandia

Channel 4 volvió a hacer historia el 20 de octubre de 2025, aunque esta vez no por un nuevo formato, sino por un nuevo tipo de presentador. En el episodio Will AI Take My Job? de su serie documental Dispatches, el canal británico sorprendió a su audiencia con Aisha Gaban, una periodista aparentemente real que, al final del programa, reveló su secreto: era un avatar creado íntegramente mediante inteligencia artificial. Según confirmó Deadline, se trataba del primer presentador generado por IA en la televisión del Reino Unido.

La decisión no pasó inadvertida. Muchos espectadores elogiaron la audacia del experimento; otros, en cambio, lo compararon con un capítulo de Black Mirror, inquietos por la facilidad con la que habían creído en una figura inexistente. Desde Channel 4, la directora de noticias Louisa Compton insistió en que la cadena “no pretende sustituir al periodismo humano”, y que el objetivo era plantear un debate sobre el impacto de la automatización en el trabajo, no iniciar una tendencia.

Sin embargo, la emisión dejó tras de sí una pregunta inevitable: ¿cuánto valor otorgamos a la presencia humana cuando lo que vemos en pantalla cumple todas las expectativas de naturalidad y credibilidad? El experimento no buscaba engañar, sino mostrar —con hechos— hasta qué punto nuestra confianza depende más de la forma que del fondo. Y ese, quizás, es el hallazgo más valioso del programa: la constatación de que la percepción de realidad puede fabricarse.

No es la primera vez que Channel 4 juega con la frontera entre lo humano y lo artificial. En 1985 presentó a Max Headroom, aquel presentador de estética digital que ironizaba sobre la cultura mediática. Pero entonces la ficción se reconocía como tal. A diferencia de aquella parodia, Aisha Gaban se integró sin avisos en un formato informativo, y eso cambia por completo la experiencia: no era un personaje, sino una presencia. Una voz que conducía, preguntaba y acompañaba al espectador como cualquier periodista real.

Tal vez no haga falta interpretar el gesto de Channel 4 como una amenaza, sino como una señal de madurez tecnológica. Que un medio público pruebe con una presentadora virtual no implica el fin del periodismo, sino una exploración de sus límites. El verdadero desafío está en la transparencia: en saber cuándo y cómo estamos interactuando con una inteligencia artificial, y en mantener la conciencia crítica frente a su perfección técnica.

La televisión siempre ha sido un espejo de su tiempo, y quizá este experimento sea una forma de mirarnos a nosotros mismos en una versión más pulida, más controlada, pero también más incómoda. Aisha Gaban no sustituye a nadie: nos devuelve una imagen posible de lo que podría venir. Su aparición invita a preguntarnos si estamos preparados para convivir con rostros que no respiran, voces que no sienten, pero que —paradójicamente— nos resultan más convincentes que nunca.

Más que una amenaza, lo que vimos fue una provocación cultural: una prueba de cómo la IA no solo automatiza tareas, sino también emociones. Y ahí reside la verdadera cuestión. No se trata de temer el futuro, sino de reconocer que ya está en emisión, y de decidir qué papel queremos seguir interpretando en él: el de espectadores pasivos o el de una audiencia consciente, capaz de distinguir entre la fascinación y la confianza.