El Puente Bizkaia fue en julio de 1893 el primer Puente Trasbordador mecánico del mundo y, como tal, una novedad radical que su creador pensaba utilizar no solo como elemento funcional de transporte, sino como un reclamo para que barcos y gentes de todo el mundo comprobaran las posibilidades de la técnica para las creaciones industriales, sin dejar de lado la belleza y armonía constructiva que “materiales menos nobles”, como el hierro y el acero, eran ignorados por arquitectos, ingenieros y promotores.

Con el paso de los años, el Puente mostró la capacidad de las obras bien diseñadas para adaptarse a los grandes cambios cambios y sin dejar de transportar carros y caballerías, se abrió al automóvil; dejó el vapor por la electricidad y colaboró a una consolidación urbana de la mejor calidad.

Más recientemente adoptó nuevas tecnologías como la tracción vectorial, el uso de elastómeros, la comunicación por radio y Wifi para su operación, etc., siendo un verdadero “museo vivo” en el que estudiantes y profesores de carreras técnicas tienen la opción de profundizar en un proceso que debería ser común en un mundo en el que la obsolescencia programada es un cáncer que malgasta materiales, sistemas e ideas en un mundo muy necesitado de todo ello.

El Puente Bizkaia (y seguramente otras instalaciones industriales del siglo XIX, como minas, molinos, batanes o simples estructuras) es un verdadero yacimiento arqueológico en el que con unas mínimas explicaciones, el visitante puede trasladarse a una época anterior a la luz eléctrica y los motores térmicos, cuando el carbón y el acero pusieron a Europa al frente del mundo.

Desde el Puente Bizkaia, desde su pasarela visitable a 50 metros sobre el mar, se puede comprender cómo de dura era la vida del mar y la de los puertos estuarios cuando el manejo de grandes barcos y pesadas cargas dependía de la fuerza de los brazos y de la pericia de contramaestres y patrones…

Igualmente es posible “seguir” la evolución de un ámbito de marisma azotada por temporales y modelada por avenidas y riadas para convertirse en un medio urbano que comenzó a edificarse en el siglo XVI y que ahora se puede dar por completado.

El Puente Bizkaia es un ejemplo destacado de un instalación, de una infraestructura que no fue creada por el Estado ni por organizaciones regionales, provinciales ni locales, sino que fue creada por la iniciativa particular, ha conseguido superar numerosos cambios drásticos para seguir siendo un destacado elemento de Servicio Público.

En efecto, el Puente ha sobrevivido a cambios radicales que le afectaban profundamente como la desaparición del vapor (que fue su motor inicial), la irrupción masiva del automóvil, el aumento de tamaño de los barcos comerciales, numerosas intervenciones urbanísticas, la implantación del Metro y otros medios muy competentes, los continuos cambios legales y de Normativas Técnicas y de Seguridad, las crecientes exigencias ambientales…

Si la resiliencia consiste en la reacción de los sistemas ante las nuevas condiciones para tratar de seguir funcionando, el Puente es un ejemplo palpable de su aplicación continuada.

El caso del Puente Bizkaia que no es un puente normal, sino un Puente Vivo y Mecánico, ya lo hace estar en cabeza entre los raros patrimonios dinámicos, porque no es frecuente que elementos integralmente móviles funcionen ininterrumpidamente durante tres siglos.

En ese sentido, el Puente tiene dos claves importantes, una es el hechos de que no hay mejor condición para conservar cualquier elemento (incluso los estáticos), que mantenerlos funcionales o abiertos.

Este Puente no supone una carga para el Estado ni para el Ente que lo administra, porque es un elemento productivo, un servicio que genera actividad y negocio.

Otra condición es aquella que lleva a que puedan aplicarse materiales, equipos y sistemas novedosos sobre un “cuerpo histórico” sin que afecten a su esencia y su razón de ser, unir a las gentes de sus riberas.