El Teatro Arriaga acoge a partir de hoy jueves, 25 de mayo, hasta el domingo 28, cuatro funciones de la adaptación teatral, a cargo de Eduardo Galán, de la estupenda novela de Las guerras de nuestros antepasados, de Miguel Delibes. Aquel texto antibelicista publicado en 1975 llega ahora a los escenarios gracias a un montaje dirigido por Claudio Tolcachir y protagonizado por una pareja de lujo: Carmelo Gómez y Miguel Hermoso. Crítica y público han aplaudido las interpretaciones de los dos actores y en el caso de Carmelo Gómez, además, el reconocimiento ha llegado recientemente en forma de premio importante.
El actor leonés ha obtenido el Premio Talía al Mejor Actor Protagonista por su interpretación de Pacífico, el personaje al que da vida en La guerra de nuestros antepasados. Pacífico es un personaje poliédrico, variable, cargado de matices y contradicciones: bondad y maldad, pacifismo y violencia, inocencia y astucia. Como su propio nombre indica odia la violencia pero a la vez le posee. A la escucha del relato está el Doctor Burgueño, interpretado por Miguel Hermoso, porque Las guerras de nuestros antepasados son los relatos y cuentos de ayer que explican en parte cómo somos a día de hoy.
En la adaptación de la obra, Eduardo Galán ha querido destacar el carácter complejo de Pacífico Pérez, su sumisión a los poderosos, su resignación casi franciscana ante un destino grabado en su memoria desde la cuna con las historias de las guerras que le contaban el Abu, el Bisa y Padre. Por otra parte, Galán ha respetado el esquema original de la novela de las siete entrevistas mantenidas por Pacífico con el psiquiatra de la prisión. En ellas se expresa con plena libertad y con el mejor lenguaje rural castellano, que con tanto acierto le concedió su autor original. En este sentido, la colaboración del propio actor Carmelo Gómez, leonés, ha resultado de gran ayuda para pulir la versión final del texto que se representa.
Laberinto
Este texto brillante y profundamente humano se nos presenta como un laberinto atrapante que florece en cada giro, impregnando nuestros sentidos de imágenes, perfumes, texturas. Pero también es un laberinto mental, una especie de thriller que hurga en la mente de un ser lleno de matices y contradicciones.
La violencia, el odio como una especie de herencia ineludible de la que no se puede escapar, es el punto de partida para ingresar en un universo de seres tan particulares que se vuelven universales y nos permiten mirar nuestras propias historias, nuestras propias herencias en un mundo que parece una y otra vez pensar que la guerra es de alguna manera una forma de vivir. Y es que, al final, la guerra es universal y comparte temas comunes a todas las guerras como la violencia, el sufrimiento, la libertad, el perdón o la culpa.
Así, la familia Pérez no deja de ser una de tantas familias que vivieron algunas de las muchas guerras pasadas. El Bisa, el Abu y Padre lo son de cualquier casa de la España rural que Delibes reconstruye en este texto, en el que a lo largo de sus páginas el autor vallisoletano defendió la paz frente a la guerra y la no violencia como camino de vida.