Sarai I. Fernandes

El Bizkaia Arena del BEC se tiñó anoche de fiesta con Quevedo. El artista canario aterrizó en Barakaldo con su “Buenas Noches Tour” y colgó el cartel de sold out, confirmando que lo suyo ya no es promesa sino certeza: un fenómeno capaz de llenar cualquier recinto y hacerlo vibrar de principio a fin.

Ya desde el acceso se notaba el ambiente especial: muchos seguidores lucían la camiseta de la UD Las Palmas o portaban banderas canarias, ondeándolas con orgullo como si el concierto fuera también una celebración de raíces compartidas. Cuando Quevedo se fijó en ellas desde el escenario, no dudó en detenerse un momento para agradecer ese gesto, que lo conectaba todavía más con su gente y con sus orígenes.

El arranque llegó con “Kassandra”, la primera canción de su último álbum, y con ella estalló la energía contenida en el pabellón. Apenas unos minutos de retraso bastaron para que la expectación se desbordara en gritos, saltos y móviles en alto. Desde entonces, el concierto se convirtió en un largo karaoke colectivo en el que el público acompañó cada palabra como si formara parte de la propia banda.

Quevedo habló poco entre canciones, pero no hizo falta. La conexión con su gente se sostuvo en la música y en una puesta en escena contundente: visuales hipnóticos, luces que marcaban el pulso de cada tema y un cuerpo de bailarines que añadió dinamismo y coreografías medidas, reforzando la sensación de espectáculo total.

Los momentos más explosivos llegaron con himnos como “Duro” o “Qué asco de todo”, que levantaron al Bizkaia Arena como si fuera una sola voz. Pero también hubo instantes de pausa y emoción pura: “Piel de cordero” tiñó la noche de intimidad, con linternas encendidas y un público cantando con el corazón en la garganta. Y más adelante, “Buenas noches” se convirtió en el clímax sentimental, un abrazo colectivo entre artista y fans que sonó a despedida y a complicidad.

El final estuvo a la altura del viaje: primero, “Mr. Moondial” que hizo retumbar el recinto, y después, “Quédate”, la canción que catapultó a Quevedo y que fue recibida como un himno generacional. La ovación se prolongó varios minutos, como queriendo retenerlo en el escenario un poco más.

Además, fue imposible no notar la diferencia con el concierto que ofreció en el mismo recinto hace dos años. Entonces ya llenó y ya brilló, pero lo de ayer fue otra cosa: un salto adelante en producción, en confianza sobre el escenario y en la madurez de un artista que ha crecido a toda velocidad. La evolución fue evidente, y el BEC lo celebró con cada aplauso.

Anoche, Quevedo no solo demostró que puede llenar un recinto con entradas agotadas: demostró que sabe convertirlo en un lugar de comunión y celebración, donde banderas, camisetas y voces se unieron para rendir homenaje a su música y a su tierra.