El Centro Comercial Max Center ofrecerá la exposición “Cantabria piedra angular” hasta el próximo 29 de octubre. La muestra está compuesta por 8 maquetas a escala e incorpora un recorrido por varios rincones de la región que pone en valor el patrimonio cultural y religioso de Cantabria.
El ejemplar está comisariado por Joaquin Rueda, el director del Museo Etnográfico de Cantabria. Entre las reproducciones se incluyen la iglesia de Santa María de los Ángeles de San Vicente de la Barquera, la iglesia catedral de Nuestra Señora de la Asunción de Santander, la iglesia de Santa María de Piasca, la iglesia de Santa María de Lebeña, la iglesia de Santa María de Castro Urdiales, la iglesia de San Martín de Elines en Valderredible, la iglesia de Santa María de la Asunción de Laredo, la iglesia de Santa María del Puerto de Santoña, la Colegiata de Santa Cruz en Castañeda y la Colegiata Santa Juliana de Santillana del Mar.
La piedra es la espina dorsal de esta obra, definida a través de la perspectiva de los constructores. La exposición pone en valor la importancia de la tarea de los canteros en estos monumentos, siendo Cantabria, el origen de estos trabajadores artesanos a quienes une la tradición de un oficio ancestral. La serie exhibe, de esta manera, las obras de numerosas generaciones de edificios en Cantabria y reconoce el gran trabajo de estos canteros y de sus herederos, que actualmente siguen esculpiendo y trabajando la piedra.
La labor del cantero en Cantabria
El trabajo de los canteros estuvo muy presente hasta mediados del siglo pasado. La tradicional materia prima eran, principalmente, las rocas calizas y areniscas, sin olvidar los cudones de origen fluvial. A pesar de no ser la principal actividad económica en la región, el conocimiento del tallado de la piedra permitía incrementar los recursos económicos además de facilitar la confección de obras dentro del mismo entorno familiar. Dos buenos ejemplos de trabajos con la piedra vienen de muy atrás en el tiempo con los canteros trasmeranos y del Valle de Buelna. Su presencia fue de gran relevancia dentro y fuera de la comunidad ya que trabajaron en obras como las del Monasterio del Escorial, la Catedral de Oviedo o la de Segovia.
En la Edad Media, la cantería supuso la creación de un entramado social y económico único de su actividad. Desde aprendiz a maestro cantero, así comienza y acaba el proceso de adquisición del oficio, característico de un orden social cerrado marcadamente jerárquico, estando en la cúspide el transmisor del conocimiento al resto de la pirámide. La relación entre maestro y aprendiz, que podía prolongarse hasta los 5 años, llegó incluso a estar representada en un documento, en algunos casos, donde se recogían las obligaciones y derechos entre ambas figuras. Un vínculo que en muchos casos llegaba a ser familiar o de vecindad. El carácter nómada de los canteros en busca de nuevas obras, apartadas de los valles montañeses, está vinculado con la necesidad de buscar mantenimiento en comunidades dotadas por un exceso de fuerza de trabajo ya que eran incapaces de captar el interés de los miembros más jóvenes de manera estable.
La cantería desarrolló, en muchas ocasiones, una estructura social singular a partir de lazos familiares y de vecindad entre los picapedreros. Esto se debe a las frecuentes uniones matrimoniales entre grupos familiares de distintos talleres. A todo ello se le unía la necesidad de la fragua como suplemento a la industria de la piedra. Asociadas a la fabricación y reparación de los utensilios de hierro empleados en los procesos, también requería una especialización práctica paralela a los trabajos con la piedra.