La Ría de Bilbao vivió este sábado una tarde histórica. La ciudad tenía marcada la fecha en el calendario y es que fueron más de 35.000 personas las que abarrotaron las orillas del Arenal. Además de las embarcaciones que surcaron el agua para presenciar el BBK Ría. Nadie se lo quería perder, eran tantas las ganas que hubo gente que alquiló una clase de paddle surf para disfrutar del gran concierto flotante organizado por la Fundación BBK con motivo de su décimo aniversario. Un escenario flotante entre los puentes del Ayuntamiento y el Arenal fue el centro de las actuaciones de Iñigo de ETS, Amaia y Arde Bogotá que Bilbao difícilmente podrá olvidar. Tres conciertos gratuitos que dejaron la ola de calor en un segundo plano. 

Desde primera hora de la tarde, el ambiente era especial. Con el sol todavía pegando y tras el aurresku, apareció Iñigo Etxezarreta que abrió la tarde de una forma tan sencilla como emotiva. Llegó en barco mientras cantaba la preciosa canción Zurekin Batera, llena de significado y sentimiento. Su presencia calmada, su voz suave y la elección de temas crearon un clima inmejorable. Sin embargo, no solo hubo emoción, Iñigo también tuvo tiempo para montar un buen show con una txaranga para cantar míticas canciones como Ametsetan, Musikaren Doinua o Aukera Berriak. La gente se limitó a disfrutar, apenas se vieron móviles ni se escuchaban murmullos tanto de los presentes como de los paseantes. La Ría se convirtió en un espacio de disfrute con un inicio que puso al público a saltar.

Amaia cogió el relevo sin necesidad de romper ese clima. También llegó en barco, pero sin cantar, ella disfrutó de ese paseo para admirar sin apenas creérselo la cantidad de gente que estaba reunida para presenciar su concierto. Se sentó al piano y arrancó su show con la delicadeza que tanto le caracteriza a la artista. Amaia tuvo tiempo para versionar canciones como Fiebre de Bad Gyal o Me pongo colorá, de Papá Levante. Su voz, tan clara como frágil, demostró que no buscaba el aplauso fácil. La pamplónica brindó un concierto introspectivo, elegante, muy cuidado. Entre aplausos y tras descubrir muy tarde y entre risas el pedal del piano, se despidió cantando Yamaguchi con apoyo de una guitarra. 

Con la caída del sol, apareció Arde Bogotá junto al atardecer. Fueron los encargados de cerrar la tarde. Donde antes hubo susurros y matices, ahora habría guitarras afiladas, una batería contundente y una voz que salía con furia y pasión por partes iguales. Con canciones como Qué vida tan dura o La Salvación pusieron a todas las cuadrillas, familias y amigos allí presentes a saltar abrazados y a corear. La banda cartagenera convirtió el entorno en una auténtica fiesta rockera. Fue una descarga de energía total, una celebración colectiva sin filtros ni adornos. 

Antonio García, el vocalista demostró un carisma explosivo, la banda sonó compacta, segura, y el directo tuvo la intensidad de los conciertos que se quedan grabados. Fue un cierre potente, una forma de romper la atmósfera intimista anterior sin perder coherencia. El BBK Ría demostró así su capacidad de construir una narrativa musical a lo largo de la tarde, con transiciones cuidadas y propuestas contrastadas que no chocaban, sino que se potenciaban mutuamente.

El BBK Ría del sábado no fue solo una noche de música. Fue una experiencia sensorial, un homenaje a la ciudad, a su ría, a su gente. Hubo pantallas gigantes, espacios adaptados, organización impecable y un sentimiento generalizado de que se estaba viviendo algo irrepetible.

Y mientras la última nota de Perros se deshacía en el aire, el público comenzaba a marcharse con una sonrisa de quiénes habían disfrutado como niños. En la Ría quedaron suspendidas miles de emociones que, como barcos de papel, navegarán durante mucho tiempo por la memoria de quienes pudieron vivir esa mágica tarde.

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