Por Barbara Sarrionandia
Hay hitos que trascienden lo tecnológico para convertirse en gestos de futuro. La inauguración en Donostia del primer IBM Quantum System Two de Europa no es solo una proeza científica: es una declaración política, cultural y estratégica. Y Euskadi ha decidido mirar de tú a tú a los gigantes de la innovación global.
La instalación de este sistema, uno de los más potentes del mundo, con un procesador de 156 qubits, marca un punto de inflexión. No se trata de competir por tamaño, sino por visión. Mientras muchos territorios siguen debatiendo si invertir en digitalización o en industria verde, el País Vasco ha apostado por el conocimiento como infraestructura. El Centro de Computación Cuántica IBM-Euskadi no solo servirá para investigar: servirá para imaginar.
La computación cuántica no es un capricho futurista. Es una tecnología que redefine los límites del cálculo y abre puertas que la informática clásica no puede cruzar. Con ella, se podrán simular moléculas para diseñar nuevos fármacos, optimizar redes energéticas, mejorar algoritmos de inteligencia artificial o crear materiales con propiedades inéditas. En un contexto en el que la competitividad depende tanto del talento como de la tecnología, Euskadi ha entendido que la verdadera ventaja no está en tener fábricas, sino en saber cómo fabricarlas mejor.
Pero más allá del logro técnico, lo relevante es el modelo de país que se dibuja detrás. La estrategia BasQ – Basque Quantum, impulsada por el Gobierno Vasco, no busca solo instalar un ordenador de última generación: busca consolidar un ecosistema científico propio, atraer investigadores, formar a nuevas generaciones y tejer alianzas internacionales. Es la continuidad de una visión que comenzó con la creación de Ikerbasque y los parques tecnológicos: invertir en ciencia no como gasto, sino como identidad.
Este movimiento tiene también un valor simbólico. En una Europa que a menudo mira hacia Silicon Valley o hacia Asia para entender la innovación, Euskadi apuesta por ser nodo, no satélite. Y lo hace desde Donostia, una ciudad que históricamente ha combinado cultura, ciencia y bienestar con una vocación cosmopolita. No es casualidad: el progreso, para tener sentido, debe anclarse en el territorio.
Por supuesto, los desafíos son reales. La computación cuántica aún está en una fase incipiente, y los resultados prácticos pueden tardar años. Pero lo importante es la dirección. Mientras otros esperan certezas, Euskadi apuesta por la anticipación. Sabe que los países que lideren la revolución cuántica no serán necesariamente los más grandes, sino los que arriesguen primero y aprendan más rápido.
La historia vasca está llena de ejemplos de resiliencia industrial y reinvención. Este es uno más, pero con una diferencia esencial: esta vez el salto no es hacia la máquina, sino hacia el conocimiento. Si el siglo XX se midió en acero, el XXI se medirá en algoritmos. Y Euskadi acaba de situarse en el mapa de quienes han decidido escribir esa ecuación.
Porque, en el fondo, esta apuesta no va solo de ciencia. Va de orgullo, de ambición y de un mensaje claro: ser pequeño no significa pensar en pequeño.