Por Naiara Cabezas

Después de ocho años de ausencia en el mundo cinematográfico, Nacho Vigalondo regresa con Daniela Forever, una historia que combina la esencia de un romance indie con toques de ciencia ficción. 

La trama de la película se centra en el concepto de los sueños lúcidos, una premisa explorada previamente por directores como Christopher Nolan en Inception (2010). Sin embargo, a diferencia de esta última, Vigalondo se distancia de las escenas de acción y las persecuciones oníricas para ofrecernos una narrativa más íntima y profundamente trágica: El protagonista, Nicky, en un intento por lidiar con su depresión, se somete a un innovador programa experimental que le permite controlar sus sueños a través de una droga, como si fuera el propio Sandman del innombrable Neil Gaiman.

Para distinguir la realidad del mundo onírico, el director cántabro establece una dicotomía visual nítidamente marcada. El mundo de los sueños se caracteriza por una pantalla panorámica, rebosante de luz, una paleta de colores vibrantes y un gran angular extremo. En contraste, el mundo real se presenta con una sensación de confinamiento, compuesto principalmente por planos estáticos y una relación de aspecto 4:3, rodada con videocámaras Betacam. Esta decisión creativa genera un entorno monótono y desolador. Cabe resaltar que esta dualidad visual se mantiene a lo largo de la película, hasta llegar a un punto en el que la línea entre la realidad y el sueño se difumina, dejando al espectador con la incertidumbre de cuál de los dos mundos es el verdadero.

Aunque la fotografía sobresale gracias a Jon D. Domínguez, el guión flaquea al inicio y al final. La acción tarda en arrancar, lo que hace que el espectador pierda el interés, y cuando finalmente todo se descontrola, ya es demasiado tarde para que retomen el ritmo de la historia.

Con esto en mente, Vigalondo nos presenta una película que, como él mismo describe, trata sobre la depresión y la pérdida. Sin embargo, también intenta abordar temas como el egocentrismo masculino y las relaciones tóxicas. Al igual que un sueño, la película se siente confusa y distante, con un final que deja al espectador preguntándose cuál es, en realidad, la verdadera realidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *