Por Irati Márquez

 

Rosalía ha vuelto. Rosalía ha vuelto y lo ha hecho como sólo ella podía hacerlo, volviendo a cambiar las reglas del juego. Lo hizo con El Mal Querer, lo hizo con Motomami, y lo hace ahora con LUX en su proyecto más oscuro y experimental hasta la fecha. Cuando piensas que lo has escuchado todo, la artista catalana aparece para confirmarte que no, que todavía hay más música, más visión y más arte en el mundo. 

El sonido que ofrece en su nueva canción, Berghain, no es algo que esté al alcance de todos los artistas. Para poder lanzar una canción así y que funcione hay que estar en una posición muy privilegiada, y hay que tener mucho valor. 

El mainstream no es un lugar fácil. Mantener el personaje artístico y los conceptos claros cuando la propia industria te pide recurrir a lo que funciona es complicado. Es aquí dónde llega la revolución, traer a lo popular sonidos e imágenes que están dirigidas a sectores muy reservados, y en algunos casos muy intelectuales. Gracias a ella, la ópera está al alcance de todos, el flamenco está al alcance de todos y la cultura está al alcance de todos. Y sí, no es la primera en hacerlo, pero sí es la primera en hacerlo a este nivel, con esta grandeza y con esta sensibilidad. Rosalía puede hacerlo porque es Rosalía, sí. Pero se lo ha ganado. 

Rosalia se puede permitir jugar y experimentar con su sonido, con los visuales y con las referencias estilísticas porque siempre mantiene una columna vertebral que hace que su proyecto parezca (que no sea) familiar. Es una técnica que domina desde hace años, en Saoko el caos estructural y musical se sostenía bajo un beat reconocible. En el caso de Berghain, directamente nos dio la partitura semanas antes de publicar la canción. Hizo que medio mundo interpretase, publicase y admirase lo que es la base musical de una canción puramente experimental. Por eso, al escucharla, no te sientes fuera de lugar, porque lo que estás oyendo ya lo reconoces, y eso le permite llevar la canción a lugares impensables sin tener miedo a que el público se asuste en una primera escucha. A partir de esto desarrolla una narrativa musical y visual que nos lleva por un camino hacia la oscuridad más salvaje

La orquesta también participa dentro del juego narrativo. Rosalía interpreta a un personaje que tiene su propia banda sonora, como si se tratase de una película. Vemos a la Orquesta Sinfónica de Londres acompañar al personaje durante lo que parece un día normal en su vida (con unas imágenes que recuerda un poco a su carrera por Gran Vía). Los instrumentos de cuerda, punzantes, taladran y representan los latidos del corazón y el ruido mental del personaje. Al igual que en la película Psicosis, la banda sonora funciona como elemento narrativo, y en este caso, también visual: la banda desaparece en el momento en el que el personaje se adentra en un mundo onírico y de cuento alejado de su realidad natural. Rosalía se desprende de la narrativa establecida para su personaje, al mismo tiempo que musicalmente, se desprende de lo clásico para dar paso a una Björk y a un Yves Tumor que la guían por este lugar. 

Nos demuestra, una vez más, que ser masiva y popular no es sinónimo de ser predecible. Con Berghain, Rosalía no se limita a volver: se adelanta. Y a nosotros nos deja con ganas de ver todo lo que ha preparado para esta nueva era que promete redefinir los límites de la música y del propio arte.