Nekane Lauzirika
Las tres lacras existen y es cierto que se dan contra muchos tipos y grupos humanos, pero aquí, hoy y ahora conviene pararse a reflexionar sobre cómo estas lacras se ceban en un grupo muy concreto, las mujeres, nada menos que la mitad de la población.
Desde que la ONU en 1975 declarara el 8M Día de la Mujer, cabe recordar a las 150 trabajadoras que el 25 de marzo de 1911 murieron abrasadas en el incendio de la fábrica de camisas mientras reclamaban sus derechos laborales como el inicio de lo que debemos seguir haciendo todos/as para eliminar las lacras que cito arriba.
Y digo todos y todas porque el 8M no puede ser recordado como el Día de la Mujer Trabajadora, sino como el Día de la Mujer, de todas las mujeres, porque nosotras siempre somos trabajadoras, en la fábrica, en la oficina, en el hospital y siempre en casa, como lo son y han sido la mayoría de nuestras madres y abuelas. Y orgullosas que podemos estar de ellas y de lo que nos han transmitido.
En un entorno social donde las leyes de igualdad están ya asentadas en la jurisprudencia, parecería un estrambote celebrar/recordar/reivindicar en un día de la mujer los derechos de la mitad de la población. Sería así, sino fuera porque la realidad jurídica y real aún están distantes.
Seria así, sino fuera porque entre 2003-2022 fueron asesinadas 1.185 mujeres por violencia machista, más 56 el año 2023. Más que todas las víctimas de ETA en 50 años de terrorismo.
Seria así, sino fuera porque de media una mujer debe trabajar 84 días más al año que un hombre para ganar lo mismo; y además de peor soldada lo hace en peores trabajos, con más contratos parciales y con la espada de Damocles de si tiene novio, está embarazada o cuida a los hijos o a los padres porque podría ser usado como chantaje laboral.
Sería así, sino fuera porque más de 640 millones de mujeres mayores de 15 años sufren violencia de género en el mundo ejercida por sus parejas o exparejas.
Con nuestras leyes de igualdad vigentes no haría falta un 8M, sino fuera por los fallos institucionales, administrativos, policiales y en juzgados y, sobre todo, por el negacionismo político in crescendo en ciertos sectores.
Tampoco sería necesario un 8M si ciertos políticos no estuvieran normalizando en su discurso la violencia de género; tampoco si la misoginia y la violencia contra las mujeres no estuvieran tan banalizadas en redes e internet; y menos aún si a los negacionistas no se les diera tanto estrado donde ningunean la discriminación y desigualdad rampantes.
Y lo más preocupante es que no sería necesario, sino fuera porque un 15% de chicos y un 8% de chicas menores de 30 años niega rotundamente la existencia de la violencia de género, más otro alto porcentaje que no aprecia discriminación real alguna entre hombres y mujeres. A lo que se suma que la igualdad de oportunidades entre ellos y ellas necesita una conciliación familiar que aún dista mucho de ser paritaria.
Porque las desigualdades, las discriminaciones y la violencia ejercida contra las mujeres siguen siendo tan presentes como el sol que nos alumbra y ante ellas no cabe ser neutrales, sino seguir reivindicando la equidad real de género, el 8M y todos los días del año.